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La primera impresión que he tenido en ver la obra que presenta Maria Assumpció Piquer ha sido de descanso. En un panorama pictórico en que abunda el fárrago, se tiene que agradecer que haya alguien que juegue por la tranquilidad, por las líneas y las curvas en su estado más puro.

He experimentado también otra sensación: la de un cierto transporte en el tiempo. No es un ”déjà vu” en la forma peyorativa que a veces se da a la expresión, nada de eso; es reencontrar un tratamiento de la imagen, de la ”face” que conocemos y que algunos -entre los que cuales me incluyo- admiramos: el cartelismo americano de los años treinta: rostros de señores y señoras sugerentes de un estatus social envidiable, peinados a lo ”garçon” y con gomina vertida generosamente.

Maria Assumpció Piquer nos presenta caras sofisticadas con un trazo sencillo. Esta sencillez, pero, no nos tiene que hacer pensar que la obra está hecha sin esfuerzo . La sencillez es precisamente, para el artista plástico, el punto de llegada después de haber espigado, de haber abandonado durante su camino de la búsqueda, todo aquello que hay de accesorio en el binomio mente-soporte.

Lo que nos muestra Maria Assumpció Piquer en esta exposición es una parte de su mundo interior. Si uno tiene la suerte, como yo he tenido, de hacer una ojeada al resto del trabajo hecho, llega fácilmente a la conclusión de que nos encontramos delante de una artista plástica completa. El papel, las tintas o la témpera que vemos hoy son fácilmente cambiables por la tela o los óleos el día que se decide por transmitir otras inquietudes. Técnicas y estilos diferentes que la llevan hasta el diseño de joyas y a su elaboración final ya que la de orfebrería es otra faceta de Maria Assumpció. La formación sólida y pluridisciplinal de la artista es una garantía y a su vez una consideración hacia los que se interesan por su trabajo.

Salvador Redó i Martí. Periodista gràfic. 1997

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